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lunes, 19 de mayo de 2008

EL GOBIERNO ESPAÑOL EXPRESO AYER SU DESACUERDO CON LA POLITICA DEL EJECUTIVO ITALIANO SOBRE INMIGRACION.



El Gobierno español expresó ayer su desacuerdo con la política del Ejecutivo italiano sobre inmigración y expresó que “rechaza la violencia, el racismo y la xenofobia, y no puede compartir lo que está sucediendo en Italia”.Así lo expresó la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, tras la reunión semanal del Ejecutivo español, al ser preguntada por el conjunto de medidas contra la inmigración ilegal que prepara el gobierno de Silvio Berlusconi.La Vicepresidenta explicó que “la inmigración es un fenómeno necesario, que es bueno siempre que sea legal y ordenada” y que la política que se aplica en España está basada “en la Ley, que permite reconocer derechos y obligaciones a los inmigrantes”.“El Gobierno no comparte la política de expulsiones sin respeto a la Ley y a los derechos, y por tanto tampoco las actuaciones que pueden exaltar la violencia, el racismo y la xenofobia”, dijo De la Vega. Esta recordó que existen “mecanismos legales para combatir la inmigración irregular. Esos son los mecanismos que hay que utilizar, a nuestro juicio”.
Como muchos de los lectores de este blog sabrán, yo soy un argentino residente en Melilla (España), lo que me hace obviamente un inmigrante mas de los miles que han viajado al viejo mundo en busca de una calidad de vida superior y una seguridad jurídica que este garantizada por una constitución seria y dominante.
Como tal, me es imposible no dejar de recordarle a Italia, que no hace tanto tiempo, ellos eran los que desesperadamente buscaban una tierra que los amparara, que huyendo de la guerra y la hambruna abordaban cualquier barco que los sacara de la miseria en la que vivían, y que en muchos casos ese destino fue mi patria, Argentina. En mi humilde opinión la migración internacional es un hecho sumamente intrincado, que incluye factores económicos, sociales, políticos y culturales interactuantes que se dan sea a nivel colectivo como individual, y que nunca se puede generalizar un factor como preponderante para motivar éxodos masivos y/o unitarios. Entre 1820 y 1930 emigraron 62 millones de europeos, 46 millones de los cuales dejaron su país de origen entre 1861 y 1920 .
A partir de la segunda mitad del siglo pasado Argentina estaba en la etapa de organización y consolidación como estado, y su clase dirigente decidió que había que insertarse en el mercado europeo, cuyas necesidades eran esencialmente que se los proveyera de materias primas, como la lana, carne, cereales, etc. Para llevar a cabo éste objetivo era indispensable cambiar la estructura económica Argentina, y nada mejor para ello que tomar como ejemplo a Estados Unidos. El plan consistía en poblar el campo para poder desarrollar la industria agricola-ganadera. Fue así que a partir de 1856 comenzaron a llegar a nuestro país miles de europeos que salieron de su tierra en busca de una vida mejor; no fueron precisamente anglosajones como querían nuestros gobernantes, pero sí esencialmente españoles e italianos quienes transformaron la sociedad tradicional con nuevas pautas culturales. La mayoría de estos se hacinaron en las grandes ciudades y no en el campo, ya que los grandes latifundistas no permitieron la distribución de las tierras. La constitución de 1853 acordó derechos a todos los habitantes, sin distinción de nacionalidades, y fomentó la inmigración. Entre los italianos, en el lapso que corre entre 1860 y. 1890, predominaron los caffoni, trabajadores de la tierra en el Piamonte, Lombardía y el Friul; después empezaron a venir campesinos y jornaleros del sur (Calabria, Nápoles y Sicilia); ya veremos cómo la proporción de italianos fue disminuyendo en beneficio de la de españoles, quienes entre los años 1905 y 1910 aportaron entre el 43 y el 60 por ciento de la totalidad de los inmigrantes llegados a este suelo. Así, en 1910, de los 200 000 habitantes que tenía Rosario, un 46 por ciento era extranjero; por su parte, Buenos Aires, con su población de 1,6 millones de almas, tenía un 50 por ciento de extranjeros. Sin que nunca llegaran a constituir ghettos, los recién llegados se agrupaban cerca de parientes, compatriotas o amigos, allí donde pudieran seguir hablando su idioma y practicando sus costumbres. Los nuevos habitantes no tropezaron con hostilidades ni discriminaciones por parte de los nativos: la hospitalidad argentina para con los extranjeros era tradicional, y siempre se los había respetado, aun en los avatares políticos más extremos. Una inmigración compuesta mayoritariamente por hombres solos tenía que concluir, por necesidad, en la constitución de parejas con las sabrosas criollas, que encontraban mejor futuro en estos laboriosos europeos que en los paisanitos del campo y la ciudad, acostumbrados al ocio, sin hábitos de ahorro y tentados siempre por el juego y la diversión. Nada dejó de modificarse. Todo cambió, en mayor o menor medida: el paisaje urbano y rural, las cosas, el espíritu, las formas de vida. Generalmente, con signo positivo; algunas veces, negativamente. No se puede pensar en la Argentina de hoy sin tener en cuenta aquel formidable proceso. La inmigración influyó en la población y fue influida por ella.
La inmigración pesó mucho en el pasado, en la construcción de mi pais, Argentina, y es habitual que recordemos con cariño a nuestros padres y abuelos italianos, españoles, judíos, rusos, armenios, y de muchos orígenes más. Y es que la inmigración está presente en la historia nacional casi desde los comienzos de nuestra conformación como Nación libre e independiente. Por esto, por mis abuelos inmigrantes, y por mi mismo, les diría a los gobernantes de ese maravilloso país que es Italia, que recuerden siempre que la tortilla se puede dar vuelta nuevamente, y que ahora ello son un país atractivo para el emigrante, pero que mañana pueden dejar de serlo, y ellos mismos pueden tener por miles de razones la necesidad de emigrar, así que intenten vivir en armonía y respeto para con todo aquel que quiera pisar y morar en suelo italiano, pues ese mismo mañana puede ser quien los aloje en su tierra natal. Para ayudarlos en esa gestión les recomendaría que leyeran un libro de Claudio Paolini, "RELATOS DE UN INMIGRANTE ITALIANO", el también, como tantos italianos de entonces, creyó y se emocionó, con ese entusiasmo tan característico de los “tanos”, en el porvenir venturoso que les prometía Mussolini. Pero la realidad fue muy distinta, y luego la guerra, la muerte de su padre, los campos de prisioneros, el hambre, y su migración que lo llevo a un gran amor por esa tierra criolla que lo acogía.
Por lo menos, así lo veo yo. CarlosHugoBecerra.



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